lunes, 30 de mayo de 2011

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«¡Ojalá el sueño fuera realidad y la realidad fuese un sueño!», pienso. Pero es imposible. Por eso, al despertarme, siempre estoy llorando. No es porque esté triste. Es que, cuando regreso a la realidad desde un sueño feliz, me topo con una fisura que me es imposible franquear sin verter lágrimas. Y eso, por más veces que me ocurra, siempre es así.

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