miércoles, 7 de septiembre de 2011

.


Me había despedido besando sus ojos cerrados, con el Sol y un color dorado opaco intentando ingresar por la ventana. Pero le alumbraban tan bien… Lo admito, lo acepté. De esa forma pude verle brillando, echado enterrado entre sábanas eternas. Y creo que, al fin y al cabo, no se inmutó cuando mis labios tocaron su frente delicadamente. Pero no importa. Nunca importó. Yo quería su calma, amaba su serenidad. Él odiaba mis interrupciones. Creo que llegué a pensar que no me quería más. Es por eso que me fui por un tiempo…
Habría contado los veinte segundos que me tomé para observarle detenidamente, yaciendo ahí, con la desesperación de ayer aún marcada en las cejas… Si tan sólo me hubiera autorizado a respirar con él, no estaría con los ojos ardiendo ni con el corazón inundado.